Foto por Alfredo Luna
Foto: Alfredo Luna.

Es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Buenos Aires (UBA), de las Universidades Nacionales de Rosario, La Plata y Mar del Plata, pero dice que no le gusta que la llamen «doctora», que es licenciada en nutrición y que no le gusta que la llamen así.

Para la mayoría de las personas que la conocen, ella es simplemente «Kita», un apodo que le dio su madre. Podría decirse que Miryam Kita Gorban es algo así como un símbolo vivo de la buena mesa argentina.
Apenas 3 meses después de cumplir 91 años, esta incansable mujer que ahora camina un poco más despacio y usa bastón, espera una tarde a Télam-Confiar en su casa de Lomas de Zamora, el pueblo donde ha pasado los últimos 70 años, trabajando. , estudiando, sirviendo en el ejército y crió a sus cinco hijos.

Durante esas 7 décadas, Kita se convirtió en una incansable defensora de la Soberanía Alimentaria, concepto que ella misma difundió en el país tras participar en la Cumbre Mundial sobre la Alimentación de Roma en 1996, organizada por la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura).

En ese histórico encuentro, el movimiento internacional Vía Campesina presentó por primera vez el concepto de soberanía alimentaria, que definió como “el derecho de los pueblos a definir libremente sus políticas, prácticas y estrategias para la producción, distribución y consumo de alimentos”. Nada más y nada menos que anteponer las necesidades nutricionales de las personas a los mercados, empresas y gobiernos.

Fundó la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria de la UBA, que cumplió hace unos días su primera década. Siempre acompañó las luchas y reivindicaciones del pueblo con una presencia física, real, al lado del pueblo. Estuvo presa durante la última dictadura: la sacaron del sanatorio Güemes, donde era la jefa del servicio de alimentación, y René Favaloro personalmente defendió su liberación. Recuerda estar encerrada en una jaula para perros en el centro clandestino El Barco de La Matanza, donde el torturador Juan Simón, mejor conocido como “Turco Julián”, se encargaba de dar órdenes. Él la llamó «bolche».

Foto por Alfredo Luna
Foto: Alfredo Luna.

¿Cómo te convertiste en nutricionista en primer lugar?

Casualmente: una profesora de música vivía frente a mi casa en Añatuya y su hija vino a estudiar a Buenos Aires y yo escuché por primera vez la palabra dietista, porque así se llamaba entonces. Quería estudiar medicina, pero no pude porque era maestra y luego me obligaron a graduarme. Entré allí pensando que estaba relacionado con la medicina. Y sí, estaba relacionado.

Difundir el concepto de «soberanía alimentaria» entre nosotros… ¿qué significa eso?

Es un concepto político. A nivel de nutrición, en el caso de un país como el nuestro, esto quiere decir que tenemos todas las condiciones para lograr los alimentos que la población necesita: disponibilidad, variabilidad. Pero también está el problema del acceso, la falta de equilibrio entre costos y salarios, que explica que el 40% de la gente sea pobre.

¿Pobreza es sinónimo de hambre?

No por hambre sino por limitaciones. El hambre es algo extremo que no pasa en nuestro país, no hay gente que no tenga para comer. Los alimentos están disponibles, pero tienen dificultades debido a los altos costos, los bajos salarios, la especulación y la inflación.

¿Pero los niños que se desmayan en clase no tienen hambre porque comen una vez al día?

Sí, pero no es hambre extrema. Tenemos grandes sectores con desnutrición crónica, medida por reducción de talla. Son chicos bajos y menudos.

Foto por Alfredo Luna
Foto: Alfredo Luna.

¿Y hay algún responsable de eso?

El Estado, fundamentalmente por políticas públicas, tiene la responsabilidad de garantizar la nutrición integral de toda la población.

¿Y cuando no pasa?

Hay que movilizarse, hay que luchar, exigir, presionar, como hacen los movimientos sociales. Esta es la razón de las protestas, de las movilizaciones: que haya suficientes ingresos para poder acceder a los alimentos, que pare la inflación y la especulación.

¿De verdad lo ves posible?

Sí, si el Estado se mantiene firme y exige. Perseguir a los especuladores, castigarlos, favorecer a los pequeños productores, garantizar el acceso a la tierra para producir más alimentos. Hay que hacer la reforma agraria. Aquí hay mucha tierra, pero está concentrada en muy pocas manos. No puede haber un propietario con un millón de hectáreas. La ley debería prohibirlo, debería obligar a la tierra improductiva a producir.

¿Aprobaría el Congreso tal ley?

Sí, por presión y movilización. Aprobar la asignación de tierras para la producción de alimentos y no para la especulación. Alimentos, no bienes, lo que en realidad producimos: soja para exportar. Y este tipo de producción ha liquidado bosques y cultivos, lo que también incide en el cambio climático, que muchos se niegan a ver e identificar.

¿Qué opina de la llamada Ley de Etiquetado Frontal?

Es útil, tiene una función informativa. Indica si tiene más azúcar o grasa o más sodio. Permite que las personas elijan quién puede elegir. Quién va a comer en el comedor no puede elegir. Y otra vez; Se asocia con bajos salarios y difícil acceso. Debe haber un trabajo bien pagado. Para ello, deben existir políticas públicas e iniciativas privadas, las cuales deben trabajar en conjunto para su desarrollo.

Llevas años hablando de las graves consecuencias de los pesticidas, pero hay científicos que siguen debatiendo el tema…

No hay nada que discutir. Hay que producir sin veneno, y se puede. Por eso existe la agroecología, que puede hacerlo mejor y en términos de protección de la salud.

¿Y el campo argentino puede cambiar su forma de producción?

Sí, pero requiere políticas públicas, gobiernos que no sean tibios. Castigar a los que producen veneno y favorecer y subsidiar la producción agroecológica. Hay caminos, lo que falta son políticas públicas.

Eres la creadora de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria, Calisa… ¿Qué se enseña allí?

La primera cátedra fue en la Universidad de La Plata, en 2003. En 2013 iniciamos en la Facultad de Nutrición de la UBA. Llevamos 10 años aquí y miles y miles de personas lo han aceptado, maestros, trabajadores, amas de casa.

Puede ser tomado por cualquier persona y es parte de la red más amplia de Red Calisas, que reúne a más de 60 espacios en el país.

Hablamos con los estudiantes sobre producción, variedades, acceso a la tierra, derecho a la alimentación. Ayer hicimos un plan para este año, son 8 módulos, una reunión por mes, desde la segunda quincena de abril hasta diciembre, presencial y virtual, porque mucha gente es del interior y de países latinoamericanos. unirse.

¿Te gusta la gente joven?

Mucho. Mis 91 son inútiles sin su apoyo. El diálogo intergeneracional es muy importante, de lo contrario, ¿a quién le daremos la bandera? Y los jóvenes lo aceptan, con decisión, tienen mucha ilusión.

Tú eres optimista…

Constantemente. Siempre he creído en el desarrollo de la humanidad. Hay muchos problemas, es verdad, pero también hay lucha y resistencia, y esa palabra aún no la he incorporado, resiliencia…

¿Estás pensando en la jubilación?

¿No porque? No me sentaré y tejeré, esperando que la muerte me encuentre. Mis padres murieron jóvenes: la madre a los 61 años, el padre a los 54. Soy el mayor de la familia, junto con mi tía que tiene más de 90. Sé que ahora me queda un poco de hilo en el carrete. Estoy bien, estoy lleno, lúcido, pero soy consciente de que 92 no es 70…

Analista de Contenidos Sr en Gobble
Llevo aproximadamente 7 años dedicándome al sector de los contenidos, enfocándome principalmente en la generación de artículos nuevos y haciendo propuestas para empresas.
David Rodríguez

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